Dar poder. Eso es lo que mueve a Galgo Canalla cuando tatúa. Que alguien se mire al espejo y diga: “Qué sexy me queda esta vaina”. Bueno, quizás literalmente eso no. Pero algo parecido. Que sus tattoos sean un chute de autoestima y de autovalidación. Esa es la energía que atraviesa su estilo.
Su camino en el tattoo empezó en Argentina, donde lo adoptó una crew de grafiteros llamada Los Canallitas. Él era el pequeño del grupo, el que escuchaba y aprendía mientras pintaban muros y hacían asados en la calle. Fue allí donde nació el apodo: primero “galguillo”, luego “Galgo Canalla”.
El estilo de Galgo Canalla es una colisión entre lo urbano y la estética de los años 2000. Cadenas y pinchos pero también estrellas, brillos y tribales perfectos para irte a una rave o a una cena en Ibiza. Todo convive. Porque la identidad antes de ser coherente debe ser honesta. Y la suya es una de contrastes: fuerza y vulnerabilidad, agresividad y adorno, barrio y fantasía.
Esa estética Y2K que hoy vuelve — chándales, gafas wraparound, trampstamps y tribales— no es un revival impostado en su caso, es parte de su lenguaje original. Su imaginario se construye desde la memoria y la emoción. Es lo que ha vivido, lo que ha sentido y lo que ha visto en sus amigxs.
Pero si algo tiene claro Galgo es que el talento no se construye en solitario. “El triunfo existe como algo colectivo”, dice. Y lo dice desde la experiencia. Ha vivido esa rivalidad sana que te empuja. La que no va de egos, sino de aprender del otrx, de picarse con cariño y crecer en paralelo. Porque como él mismo explica: “Un día puedes estar arriba, pero al siguiente estás abajo. Esto es cíclico.”
Esa visión solidaria del éxito es también una forma de entender el tattoo como cultura y no como escaparate. De crear desde el fondo, desde haber estado mal y volver a levantarse. Desde perderlo todo y aún así subir con fuerza. Galgo Canalla tatúa desde ahí: desde el impulso de quienes no nacieron con el camino hecho, pero supieron inventarlo a su manera. No vino a encajar en los moldes, vino a romperlos. No pidió permiso para tener voz, se la ganó en la calle. Y si algún día le dicen “hable ahora o calle para siempre”, él ya habrá elegido antes de contestar.