Mucho antes de que los tribales se hiciesen por estética, se hicieron por identidad. Antes de ser símbolo del cani y de la choni en chándal y con rosario, los tribales eran tatuajes de guerra, de linaje y de espiritualidad. Un lenguaje silencioso que contaba quién eras, de dónde venías y en qué creías. Aunque parezca que ya fue, el tribal no está muerto.
La palabra tribal viene del latín tribus, o sea: grupo, clan, pertenencia. Y eso es justo lo que significaban esos tatuajes en culturas como la samoana, maorí, filipina o azteca: cada espiral, línea representaba estatus, rito o memoria ancestral. En Samoa, los guerreros se tatuaban en ceremonias dolorosas como prueba de coraje. En Nueva Zelanda, los maoríes se marcaban el rostro con “ta moko” para mostrar su genealogía. En Filipinas, el tattoo llegaba tras una victoria en combate. Y no es casualidad. El tribal es la raíz del tattoo tal y como lo entendemos hoy.
Y como todo lo mainstream en la cultura pop, el tribal también tuvo su boom… y su bajón. A finales de los 90 explotó en Occidente. En España, lo mismo: el tribal negro del tríceps o el de la espalda baja era el rey del estudio. Lo llevaban futbolistas, rockeros, tu primo el de Valencia. Se convirtió en la silueta icónica del tatuaje Y2K. Un emblema de la subcultura quinqui. El problema es que se popularizó tanto que perdió contexto. La mayoría no sabía de qué cultura venían esos símbolos, solo que quedaban bien con una camiseta de tirantes. Y claro, cuando algo se vuelve omnipresente, llega el backlash: lo tribal pasó a considerarse un tatuaje “genérico”, carne de arrepentimiento.
Pero el tribal nunca murió. Ahora ha vuelto, con una pinta muy distinta. En esta nueva ola se mezclan tradición y tecnología. Por un lado está el neotribal, que reinterpreta los símbolos clásicos con composiciones más fluidas que siguen recordando a los antiguos tribales.
Por otro lado, aparece el cibersigilismo, un estilo que parece sacado de un videojuego distópico. Aquí el tribal se transforma en algo más cyberpunk. Es el tribal de la Gen Z. Más fino, más oscuro, más tecnológico. Y aunque divide opiniones, también marca una dirección: crear un nuevo lenguaje gráfico para tribus que ya no habitan islas, sino el ciberespacio.
España —después de haber vivido el tribal como moda, burla y ahora revival— se ha puesto las pilas. Y aunque aún hay foros en los que catalogan el cibersigilismo como “otra moda que pasará”, esas mismas voces suenan sospechosamente parecidas a las que criticaron el tribal hace 20 años. Y aquí sigue todavía.
El tatuaje tribal nunca fue solo una moda. Es el recordatorio de que el tattoo es rito, código y comunidad.