En este episodio de Un Tattoo Con, nos colamos en una sesión de tattoo con Las Verdunch, tatuadas por Xenia Ortí y Nando Diablo, dos tatuadorxs que han pinchado más tinta que la que tiene El Quijote.
Nada más empezar el estudio se convierte en confesionario.
Nando Diablo empieza fuerte: “Sorry” en un pie, “Mom” en el otro. Una forma literal de pedir perdón mientras se marcaba el cuerpo. Xenia Ortí se estrenó con un mandala enorme en la espalda. “Lo dibujé yo misma”, dice. Alison, una de Las Verdunch, cuenta que con 15 años se tatuó una cruz invertida en el estómago — “era super emo, tío”. Y Laia, la otra Verdunch, se lanza por primera vez con un rosario cristiano en el pie. “Que Dios me perdone”, bromea.
La charla se desata.
Claro que sí. Nando recuerda un tatuaje improvisado en el pecho durante la cuarentena. Xenia confiesa que sus piernas parecen una libreta de la ESO: llenas de dibujitos, nombres, símbolos, ideas de ayer y caprichos de hoy. La piel como diario. Como campo de juego y moodboard.
Entre aguja y aguja, surge otro tema: la ropa, la libertad, los códigos de vestimenta. Las Verdunch lo tienen claro: desde pequeñas vistieron como quisieron. Aunque les dijeran cosas, aunque no encajaran. “Por eso somos tan exóticas, cari”. Xenia asiente: ser tatuadora también es eso, no tener que ir con uniforme, poder vestirse como una quiere y expresarse con el cuerpo entero.
Y mientras todo eso pasa, los tatuajes avanzan. Alison se hace un tribalito, y Laia, como ya hemos dicho, su primer tattoo: un rosario. Ironía, devoción y estética todo en uno. Porque en este ritual no hay contradicción que valga.