30 May 2025

Ira Torres: Navegando el imaginario líquido

Escrito por Max Gil
Ira Torres

El mundo actual es tan complejo e indescifrable que gran parte del éxito del arte moderno reside precisamente en traducir todo el ruido en algo un poco más comprensible. Nacida en Zaragoza y formada como artista plástica, Ira Torres entiende su obra como una especie de avatar generacional: una mezcla de lo que fuimos, lo que somos y lo que nos atraviesa cada día.

En sus cuadros conviven mariposas y tornados, gotas de agua que caen sobre nubes digitales, referencias a Pokémon, pinceladas nostálgicas y señales de que vivir hiperconectadxs nos está haciendo sentir —paradójicamente— más solxs. Sus piezas son espejos líquidos que devuelven imágenes reconocibles, pero deformadas por la inmediatez y la sobreestimulación. En ese sentido, más que una artista, Ira es una canalizadora. No presume de originalidad, sino de sensibilidad. Lo que te conmueve de su obra probablemente también te ha pasado a ti, aunque no sepas explicarlo igual.

Ira Torres
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Técnicas antiguas, símbolos nuevos

A Ira le interesa trabajar en la intersección. Examinar, ella misma, los materiales con los trabajará, coger técnicas tradicionales —óleo, collage, dibujo técnico— y fundirlas con temas contemporáneos. Su trabajo funciona como un archivo emocional del presente, donde coexisten la ansiedad digital, los ídolos pop de internet y la belleza que aún se puede encontrar en lo efímero. “Somos hijos de nuestro tiempo”, repite, como quien asume que no se puede crear desde la torre de marfil. Sus referencias no están en los grandes museos, sino en los timelines, en los memes, en las pantallas. Y aún así, no hay nada de superficial en lo que hace. Su arte tiene capas. Literalmente. Un fondo simbólico, una técnica impecable, y una carga emocional que se cuela sin avisar.

Una exposición que también era espejo

En su exposición en el Tattoox Club, Ira propuso un juego: antes de bajar a la sala, cada persona debía coger una tarjeta con la imagen de una de sus obras y escribir lo que le transmitía. Más tarde, mientras explicaba su visión —una reflexión sobre la fragilidad, la nostalgia y la vida online— fue leyendo en voz alta esas interpretaciones ajenas. Algunas la sorprendieron, otras la emocionaron. Lo más potente fue justo eso: que cada obra había cobrado una vida nueva, una lectura que no dependía de ella. Al terminar de leer cada tarjeta, preguntaba si alguien quería alzar la mano y explicar por qué había escrito eso. Nadie estaba obligadx. Pero más de unx lo hizo. Porque cuando una imagen te toca, también te apetece contar por qué. Esa dinámica, más que un recurso expositivo, fue una forma de decir que el arte no se termina cuando el artista firma, sino cuando alguien lo mira y se reconoce. Y eso, en tiempos de scroll eterno, es casi un acto revolucionario.

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