Hay quienes dicen que el buen arte incomoda. Y aunque ya es difícil hacerlo en la sociedad llena de estímulos en la que nos ha tocado existir, hay quienes aún lo consiguen.
Leif Jones ha creado algo que cuesta dejar de mirar: gatos sphynx tatuados. Criaturas felinas decoradas con tinta, pequeños cuerpos en posición de descanso que parecen seres sagrados… con un punto psicodélico.
Los ha llamado Kush Kittens, y prometemos que no van a dejarte indiferente.
Jones es un artista autodidacta con base en Los Ángeles que empezó a tatuar siendo muy joven. Solía pinchar a sus hermanos y otrxs chicxs de su barrio cuando estudiaba, en una rudimentaria técnica handpoke. Solo necesitaba los bancos del parque y su imaginación.
Aunque a día de hoy su técnica ha evolucionado, su estilo sigue conservando ese espíritu trash que evoca a la nostalgia decadente.
Pero lo que realmente destaca es su forma de usar la piel —aunque no sea humana— como territorio narrativo…
Jones vio en la piel sin pelo un lienzo puro y vulnerable sobre el que volcar su imaginario de tatuaje handpoke “mal hecho”.
Los sphynx ya tienen algo que los hace magnéticos: son raros, sin pelo, con arrugas que parecen cicatrices de otro mundo.
Leif se dio cuenta de que esos cuerpos eran lienzos perfectos para explorar una idea que tenía rondando hacía tiempo: tatuarles diseños que ya había tatuado sobre las pieles de sus amigxs.
La razón tras su elección tiene un punto macabro: todo viene de un chaval que estaba en su grupo de amigxs de siempre. Se ve que el chico mataba las ratas que su hermano tenía como mascota mientras dormía… Y de ahí sacó la inspiración.
Por si hay gente preocupada, los Kush Kittens no son gatos sphynx tatuados de verdad (aunque lo parezcan). Se hacen a partir de moldes de sphynx fallecidos, creando estructuras de silicona. Están tatuados con dagas, corazones ardiendo, ojos, garabatos, calaveras dulces y símbolos que parecen extraídos de una mezcla entre el Tarot, Sailor Jerry y una rave.
Lo que hace Leif Jones no es una provocación vacía, pero tampoco busca complacer. Sus Kush Kittens existen en ese punto medio entre lo raro y lo familiar, lo tierno y lo incómodo.
Tatuar gatos de silicona puede sonar absurdo al principio, pero en sus manos se vuelve una forma genuina de explorar ideas sobre identidad, memoria y cuerpo. No hay grandes declaraciones ni discursos rebuscados detrás de su obra —solo una mirada honesta sobre el mundo que lo rodea. Y eso, al final, es lo que la hace tan difícil de ignorar.