El ritual de San Juan: Brujas y tattoos

La noche y la luna siempre han despertado curiosidad, misticismo, miedo e inspiración. Cada año nos regala varias noches con una carga simbólica muy especial. Y la del 23 de junio es una de esas. La Noche de San Juan es un ritual con el fuego como protagonista y es una excusa para quemar lo que no quieres llevarte al verano. Pero vamos a rascar un poco porque esta fiesta no va —solo— de saltar hogueras borrachx, va de transformarse. Y ahí es donde converge con la cultura del tattoo. Atentx.

Origen de la fiesta

Antes de que la Iglesia intentara colar a San Juan Bautista en el calendario, esta era una fiesta pagana que celebraba el solsticio de verano. Se encendían fuegos para rendir tributo al sol en su punto más alto. Para cerrar un ciclo. Y como todo buen ritual de paso, incluía purga, símbolo, fuego y colectividad. Y si lo piensas, tatuarse también es un rito. En muchas civilizaciones simboliza la transición de la etapa infantil a la etapa adulta. En otras simboliza la jerarquía o pertenencia. Ahora, además de los anteriores, tiene más significados que nunca. Es una forma de marcar el cuerpo para dejar atrás algo, empezar de nuevo, o simplemente recordar quién eres.

Y si hablamos de rituales, fuego y hogueras, ¿qué es lo siguiente que se te viene a la mente?

Hogueras y brujas

Exacto, hablamos de las brujas. La hoguera es un símbolo de supervivencia y persecución. Y es que aunque hemos utilizado el fuego para sobrevivir al invierno y cocinar, hubo una etapa oscura en la historia de la humanidad en la que se utilizó para un fin muy concreto: acabar con las brujas. Durante siglos, la excusa del “pacto con el diablo” sirvió para quemar a cualquiera que desafiara lo establecido. Mujeres sabias, curanderas, parteras, científicas, inadaptadas, libres. Mujeres que hablaban raro, que pensaban demasiado, o que no se ponían corsé. ¿Te suena?

Tattoo de @liwka.tatuaze

No hay que irse al siglo XVII para ver estos juicios. Hace apenas unos meses, la tatuadora Leidy Mora denunció que querían forzarla a cerrar su estudio por tener una plaga de insectos. ¿La explicación que recibió? Que debía haber «invocado algo». Literal. En pleno 2024, a una artista tatuadora con estética oscura se le acusaba de brujería. Como si tener una vela, un altar o pintar con tinta negra fuera suficiente para hacer saltar las alarmas del fanatismo. Porque sí: a esas mujeres brillantes, excéntricas e intensas antes las llamaban brujas y las llevaban a la hoguera. Y es que a la humanidad le encanta perseguir la “otredad”, lo distinto.

Fotografías de la tatuadora acusada de brujería @leidy_mora666

Marginalidad, brujería y tattoos

Mientras que algunas sociedades lo han utilizado para marcar la pertenencia al grupo o la madurez, otras han utilizado al tattoo paras separar. En la antigua Grecia y Roma, tatuar era estigmatizar. Literalmente: se le llamaba “stigma” y servía para marcar a esclavxs o criminales. Como castigo y advertencia. Para señalar al otro y hacerle saber a lxs demás que es reincidente o tiende a escaparse. Durante siglos, el tattoo también ha sido —y sigue siendo— un lenguaje de los márgenes, como lo fueron la ciencia, la excentricidad y la transgresión femenina que un día fue catalogado como brujería. Pero hoy las tornas han cambiado: el tattoo ha pasado del estigma al estatus, y las brujas de la actualidad son iconos pop. Antes a las mujeres tatuadas las llevaban a circos y eran vistas con desprecio.

Ahora no es nada fuera de lo común verlas tatuadas, a veces incluso con diseños de aquellas brujas a las que un día quemaron injustamente. Porque usar estos símbolos significa reapropiarse de ellos y darles una connotación de orgullo, exactamente como las clases bajas y marginales hicieron con los tattoos.

El fuego —como el tattoo— es purificador y se ha convertido en algo que trasciende la estética. Es narrativa. Es un símbolo que permanece.

Así que este San Juan, si te vas a tatuar, piensa en lo que quieres dejas atrás. O en lo que quieres que te acompañe. Porque igual que las hogueras, la tinta también transforma. Y quien no arde, no renace.