No hay playlist que te haga aguantar una sesión entera de tattoo en las costillas sin revolverte en el sitio. El dolor, cuando viene, viene a compás propio y no se sincroniza con Spotify. Y eso que EsticPatint me hizo escuchar desde Amaral hasta posthardcore. Nada funcionaba, yo me revolvía mientras él me agujereaba el costado con el último repaso. Porque sus tattoos son de trazo gordo y negro sólido y yo había elegido un lugar delicado para ese tipo de tattoo.
Antes de que el dolor se hiciese agonía y me impidiese comunicarme de manera efectiva hubo risas y bromas. Hablamos de su paso por Bellas Artes, de la belleza de lo feo y de más asuntos sin rebasar nunca la gruesa línea de la seriedad, esa misma que hace únicos sus tattoos.
EsticPatint comenzó estudiando diseño gráfico para que su padre lo dejase en paz. Harto de tipografías y del encorsetamiento habitual del sistema educativo abandonó y se puso a estudiar Bellas Artes. No fue una decisión épica. Ni siquiera se imaginaba a sí mismo como artista. Pero allí acabó, con profesores endiosados que daban las clases con la cerveza en la mano, alumnxs majaretas y todo el rollo. Pero ahí no acaba su formación, todavía hizo un máster de diseño.
Primero le pilló el COVID, y luego la desgana. Lo único que se llevó de Bellas Artes fueron unas nociones básicas concepto, discurso y de proporción, que ahora aplica, sin querer, en los tattoos y en sus camisetas. «Te daban feedback malo solo para que no te conformaras con lo primero. Pero tampoco te decían nunca que algo estaba bien. Una mierda.»
Cuando empezó a tatuar lo hizo con un kit cutre que venía con algunas tintas. Se tatuaba sobre todo a sí mismo. Después su novia, que ya tatuaba, le motivó a seguir y a comprarse mejor material.
Y aquí está, tatuándome mientras hablamos de las fiestas de pueblo y cómo acabó intercambiando un tattoo por un cuadro de un gato con flores. La vida a veces puede ser terriblemente maravillosa.
EsticPatint no tatúa así porque no sepa dibujar. Sabe. Estudió. Tiene técnica. Pero le gusta más la caricatura que el realismo, más el trazo tonto que la línea perfecta. «Siempre me ha hecho más gracia lo mal hecho que lo bien hecho». Pienso que quizás detrás de esa estética thrash de tantos ex-estudiantes de Bellas Artes podría haber un recadito para lxs profesorxs: “Siempre me dices que está mal para que me esfuerce pero ya estoy cansado. Toma esto y baila”.
Pregunté si ese estilo podría tener algo que ver con el punk. La respuesta fue punk: «Yo qué sé. Supongo.»
Sus prendas de ropa y drops de Cat Litter Box también siguen esa línea.
Mientras repasa una línea, noto el ardor y me dice que ya casi está. Que solo falta repasar todo otra vez y ya. Nos reímos. No sé si voy a aguantar. Me manda callar. Aguanto unos 30 segundos que se sintieron como cinco minutos. Me levanto y doy dos o tres coces en el suelo. Me tumbo y a seguir sufriendo.
Y vuelta a empezar otra vez. Me dice que ya casi está, nos reímos, le digo que no se si voy a aguantar, me manda callar… etcétera. Y así hasta que por fin lo terminamos.
La estética thrash no es una moda. Es una forma de no tomarse en serio en un mundo que a veces se flipa mucho con el arte y el tattoo. Y en ese no tomarse en serio, está toda su autenticidad.